Me he convertido en el señor de las bestias
Domando al impaciente monstruo que te aguarda para devorarte
Domesticando la impaciencia de mirarte
Enjaulando a la quimera de mis ganas de tocarte
Ahogando los aullidos de ansia que provoca el claro de luna de tu voz
Silenciando el furioso rugido de mi miedo a revelarte todo.
Me he convertido en el maestro de las apariencias
Regalándote inocentes alabanzas, falso desinterés, tímidas miradas amistosas.
Tanto así que una confesión te sonaría inverosímil
He sembrado tanta ilusoria indiferencia de ti como he sofocado el anhelo de atraparte con mis brazos y soltarte de mi mente.
Me he vuelto el rey de la frialdad
Congelando el volcán de mi mirada en el hielo del desvío,
Exiliando toda esperanza al páramo nevado de mi razón,
Estrellando el navío de mi deseo en los témpanos de la cotidianidad,
Mitigando el ardor de mi pecho con la escarcha de conversar contigo de todo y nada,
Sepultando llamaradas de locura y rebeldía con aludes de conciencia, realismo y cobardía.
Y al final de estas líneas, siendo lo que nunca fui, voy despertando a la realidad, revolviendo lo que nunca será con la ensoñación de ti, aproximándote como la luna para levantar mis mareas pero nunca tocarme.
Y así, como despertando de un sueño, se lo cuento a la musa, se lo dejo por aquí, para que al menos entre líneas me tome de la mano, me mire con sus ojazos y me pueda morir.
Ojalá este escrito se volviera infinito para no soltarte, o se volviese dicho, que del dicho al hecho...
Pero no.
Solo guarda en silencio esta confesión, no es un plan, no es una petición ni una pregunta.
Es un sueño recurrente, nada mas...
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